Llevábamos ya cuatro días maravillosos en Tanzania, cumpliendo poco a poco con un sueño de viaje y con los objetivos que nos habíamos planteado, allá por diciembre de 2020. Y hoy comenzaban otros cuatro días que, con toda probabilidad, constituirían el epicentro del viaje. Cuatro días en la llanura sin fin (eso significa Serengeti en lengua maasai), cuatro días en el famoso Parque Nacional del Serengeti, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1981.
Para evitar que te cobren un día más de estancia en las Áreas Protegidas de Tanzania, debes de cumplir escrupulosamente con los horarios de entrada y de salida de cada uno de ellos. Habíamos pagado por 48 horas de estancia en el Ngorongoro, ni un minuto más, así que debíamos de salir del Área de Conservación del Ngorongoro, en la que todavía estábamos, y entrar en el Parque Nacional del Serengeti, antes de las 9:00 de la mañana. Tocó madrugar nuevamente, desayuno a las 5:30 y check-out del Ngorongoro Rhino Lodge, tras pagar las bebidas adicionales y la propina de rigor, y agradecer a todo el personal del hotel su hospitalidad y amabilidad. Asante sana!
Montamos a caballo con Junior a eso de las 6:00 de la mañana, con el objetivo de llegar a la puerta de entrada del Serengeti antes de las 9:00. Nos esperaban dos horas y media de masaje tanzano matutino, con alguna que otra parada fotográfica y fisiológica añadida. All right, all right, all right! Come on!
No habíamos recorrido ni 2 kilómetros de trayecto cuando, mientras acomodaba los bultos entre los asientos traseros, oigo a Isa gritando y señalando al frente ¡mira, mira! Cuando levanté la vista, apenas me dio tiempo de ver una cola desapareciendo entre el matorral del margen de la carretera. Otro bicho que se me escapa, igual que el serval de ayer en Empakai. Junior identifica a un leopardo y maniobra para intentar verlo entre la maraña de vegetación densa. Imposible. Estábamos muy cerca del hotel en el que acabábamos de pasar las últimas dos noches. Impresiona saber que aquel leopardo estaba allí al lado, compartiendo con nosotros aquellas vistas.
Antiguamente, el PN Serengueti y el AC Ngorongoro eran un mismo Espacio Natural Protegido, no había que estar tan al tanto del reloj para entrar y salir de cada uno de ellos. Pero desde que los maasai se vieron obligados a marcharse hacia el Ngorongoro, y a abandonar el Serengeti, se ha hecho esta subdivisión de dos áreas protegidas diferentes, una habitada y otra, el PN Serengeti, deshabitada. Durante el largo y emocionante recorrido por carretera de tierra, Junior aprovecha para seguir dándonos información sobre la llanura sin fin, el Serengeti, una inmensa planicie de casi 15.000 km2 de superficie. Para que os hagáis una idea y con permiso del señor Revilla, aquello era tres veces la Comunidad Autónoma de Cantabria (o 1,5 provincias de Lugo). El Parque Nacional está situado en el noroeste de Tanzania, haciendo frontera al norte con Kenia y el Maasai Mara, al oeste con el Lago Victoria (frontera con Uganda), al este con el AC Ngorongoro y el Área Controlada de Loliondo, y al sur con la Reserva de Maswa.
El Serengeti es archiconocido por la Gran Migración de herbívoros; y es que, junto con la Reserva del Maasai Mara en Kenia, conforma uno de los últimos, y casi intactos, grandes sistemas naturales migratorios del Planeta. Cada año, cientos de miles de ñus, cebras, gacelas, y demás herbívoros, siguen la llamada del instinto y de la naturaleza, recorriendo grandes distancias en busca de pastos frescos. Los carnívoros, en su papel ecológico depredador, acompañan este desplazamiento masivo de biomasa, ofreciéndonos uno de los mayores espectáculos naturales de la Tierra. Dependiendo de la época del año, esta avalancha de herbívoros se sitúa en un lugar u otro; a principios del mes de noviembre, la Gran Migración empieza a dirigirse hacia el sur desde el Maasai Mara en Kenia, ya que en noviembre se inicia la estación húmeda en el Serengeti. Ya viene la lluvia y los animales saben que eso significa hierba fresca. A nosotros, a principios de noviembre, la Gran Migración nos va a quedar demasiado al norte, ya que estaremos estos cuatro días en la zona central del Serengeti, así que no tenemos muchas posibilidades de contemplar el grueso de la súper-manada. Esta es la teoría de la Gran Migración…pero la suerte en este viaje está de nuestro lado, eso y Junior, que cómo decimos por aquí, ¡é listo coma un allo!
Pero no adelantemos acontecimientos y centrémonos en este día 4 de noviembre de 2022, el día de nuestro primer safari en el Serengeti.
A medida que íbamos descendiendo por la carretera de tierra desde el Ngorongoro, se vislumbraba la llanura que nos esperaba más abajo. Seguíamos viendo, mientras tanto, a pastores maasai con sus vacas y cabras, en su mayoría niños de no más de 10 años. También seguíamos viendo las típicas aldeas maasai y mujeres en algunos puestos de la carretera, vendiendo tarros de miel, que obtienen de unas pequeñas colmenas de madera, que cuelgan de las acacias, ficus y otras especies de árboles, y que se veían a ambos lados de la carretera.
Sobre las 8:00 a.m. pasamos por delante del desvío hacia la Garganta de Oldupai, en dónde una escultura de grandes dimensiones, representando un cráneo de Paranthropus (Australopithecus) boisei, nos indica la dirección correcta hacia el yacimiento antropológico considerado como la Cuna de la Humanidad. Nosotros hoy seguimos rectos, hacia el Serengeti. Visitaremos el yacimiento de Oldupai a la salida del Parque Nacional, dentro de tres días.
Poco a poco, la carretera se va haciendo rectilínea, ya estamos abajo, en la inmensa llanura. Al fondo, en el horizonte, se divisa una colina, allí está la Naabi Hill Gate, la puerta de entrada al Serengeti. Junior le echa un vistazo al reloj, vamos muy bien, con tiempo de sobra, pero aún nos quedan unos 40 minutos para llegar hasta allí. Hacemos aquí las primeras paradas para observar y fotografiar una majestuosa ave secretaria sobre una acacia, una hiena recorriendo la sabana africana, una pareja de cernícalo primilla entre las espinas de una acacia, y una jirafa maasai comiendo tranquilamente de las hojas de un matorral. Mientras tanto, Junior aprovechaba para ir preparando el papeleo que, como todos los días, debe de entregar a los rangers, hoy en la puerta de Naabi Hill, a la que llegamos con puntualidad a las 8:50 a.m.
Bajamos en Naabi Hill para ir al baño y visitar las instalaciones de una de las puertas de entrada del Parque Nacional del Serengeti. Unos baños limpios, una caseta de información y compra de entradas, y una pequeña tienda con cafetera, en la que aprovechamos para tomar un café rápido. Echamos un vistazo también al stand de merchandising y productos locales, así como a una pequeña librería con guías de fauna y mapas del Parque. Sacamos unas fotos de recuerdo en una zona de mesas de picnic, mientras Junior charlaba con personal del Parque Nacional dentro de una de las casetas. La leyenda de uno de los paneles decía Serengeti shall not die, el Serengeti no debe morir, el título de un famoso documental premiado en los Óscar en 1959; hablaremos de esto a la salida, dentro de tres días. Y allá que vamos, subidos al caballo, listos para seguir disfrutando, por fin dentro de los límites del Parque Nacional del Serengeti.








La primera recta de la carretera de entrada al Serengeti, una vez cruzada la Naabi Hill Gate, es un verdadero destroza-coches. Ya nos advierte Junior que aquí, en temporada alta de agosto, los baches están mucho más marcados y secos, y no hay suspensión que aguante semejante trajín. Nos agarramos con fuerza a los laterales del techo, que ya estaba abierto desde bien temprano, para contemplar el Serengeti desde el primer momento.
Durante los safaris en el 4×4, la mayor parte del tiempo voy de pie, con una mano agarrando la cámara con el teleobjetivo, y con la otra sujetándome bien para no acabar en el suelo. No iba a ser menos en el Serengeti, así que me subo como todos los días, para ayudar a Junior en la búsqueda de fauna salvaje. La vista de estos guías es alucinante; van sentados, conduciendo un enorme todoterreno 7 plazas, por carreteras de tierra muy bacheadas, con una mano en el volante y, la mayor parte del tiempo, con el walkie de la radioemisora en la otra mano, con la que se comunican entre ellos, para ayudarse en los avistamientos de fauna. Al mismo tiempo que escucha y se comunica con sus colegas por la radioemisora, sus ojos están atentos a todos los ángulos de visión que les ofrece la ventanilla y el parabrisas. La habilidad de Junior para divisar fauna es impresionante, muchos años de entrenamiento en esos ojos, mucha experiencia a la hora de mirar a dónde hay que mirar; sabe centrar la atención exactamente dónde hay más probabilidades de encontrar bichos. Como sabemos lo difícil que es esto, nuestra admiración por Junior crece a medida que pasan los días.
Volvemos a pararnos delante de un ejemplar de ave secretaria, cuyo nombre común proviene de su similitud con la vestimenta de aquellos antiguos secretarios ingleses del siglo XVIII, con su librea gris y patas negras, y un llamativo copete de plumas. Me deja el pájaro sacar unas fotos de detalle de su silueta y de su cabeza emplumada, mientras rebusca en el suelo alguna serpiente despistada. Divisamos también en esta primera zona del Serengeti varias manadas de gacelas, tanto la de Thomson, como la de Grant, bien diferenciadas por el menor tamaño y la banda negra lateral de las de primeras. Y presenciamos también una llamativa pelea entre dos machos de alcélafo de Coki, que suelen cabrearse ante la presencia de hembras en celo. En un montículo que sobresale del suelo, se acumulan seis o siete mangostas rayadas, que nos miran cuando escuchan el motor del todoterreno. Al instante, Junior nos advierte de la presencia de una hembra de hiena, solitaria caminante, nos ponemos a su altura y la contemplamos y fotografiamos, pasando a pocos metros del coche, como si estuviese esquivando una piedra. El paisaje y el espectáculo es continuo, minuto a minuto y kilómetro a kilómetro, seguimos con la boca abierta.
Llevaba Junior ya casi una hora comunicándose con otros guías por la radioemisora, buscando información, sin suerte por ahora, sobre algún avistamiento que valiese la pena. Aquí la mayoría de los unzungus, nos dice Junior, buscamos los Big Five (León, leopardo, elefante, búfalo y rinoceronte), y esas son las especies sobre las que informan en la radioemisora; aunque él ya sabe que nosotros buscamos más que eso, por eso siempre está atento a cualquier especie nueva de ave que aparezca en nuestro camino.
En semejante llanura sin fin, es muy fácil confundir cualquier termitero que sobresale del terreno, con la silueta de algún animal salvaje. Con los días y el tiempo, empezamos a entrenar algo nuestros ojos, así que ya no caemos en el error con tanta facilidad. Así, a eso de las 10:15 de la mañana, diviso a lo lejos lo que parece un termitero con dos bocas, que los hay, pero en esta ocasión el tono y color de ambas bocas no me cuadra, hay algo diferente. Con boca pequeña, advierto a Junior de que he visto algo en aquel lejano termitero, que ya nos estábamos dejando atrás. Junior frena el coche, dirige su mirada al asunto, coge rápidamente sus prismáticos y, tras echar un rápido vistazo, los lanza al asiento del copiloto mientras me mira sorprendido y gira el coche en dirección al termitero. ¡Es un león my friend!
Mientras nos dirigíamos hacia el león, Junior me choca el puño y me felicita. ¡Es mi primer león en el Serengeti, yo lo había encontrado! Me puse colorado y todo. Junior estaba encantado de que participásemos activamente en el safari, de que nosotros mismos fuésemos capaces de buscar y encontrar animales. Nos decía que ese era el espíritu de un safari, y estaba muy contento de que lo disfrutásemos así. Suponemos que los guías están acostumbrados a unzungus que van detrás sentados, con su cámara apagada, esperando a que le pongan la comida en el plato. No era ese el caso, nosotros disfrutábamos buscando y encontrando.
Mientras nos acercábamos al termitero, reconocimos ya perfectamente la silueta de una leona, sentada junto al termitero, divisando la sabana del Serengeti y también a aquel bulto móvil y ruidoso que se iba acercando a ella. Allí estuvimos un buen rato disfrutando de tan majestuoso bicho, incluso Junior se acercó a una acacia cercana, sospechando que podría haber algún león más agazapado. La leona estaba sola. Tras un buen rato a solas con la leona, Junior coge la radioemisora y avisa a los colegas que estén cerca. En seguida vemos la estela de polvo a lo lejos, ya viene los siguientes a verla. Al poco rato, la leona se levantó y comenzó a andar en dirección hacia un trío de cebras, Junior apaga el coche y espera. Vamos a ver qué ocurre aquí. Cuando llega el momento en el que la leona y las cebras se paran y se miran unas a otras, tragamos saliva en silencio para no molestar y pensamos en lo que podría suceder ahora. Saco una foto curiosa de las tres cebras mirando a la leona, con las orejas de punta, sin saber muy bien qué hacer…la leona pasa de largo, no debe de haber mucha hambre y, además, está sola. Nos vamos ya, buscando nuevas escenas de esta maravillosa película.
Seguíamos observando gacelas y alcéfalos en las praderas; y en uno de los afloramientos rocosos del Serengeti, nos encontramos con una pareja de lagartos agama, en dónde el macho destaca por el llamativo color rosa de su cabeza y el azulado de la parte final de su cuerpo. Al poco rato, un aviso a través de la radioemisora provoca que Junior, sin perder un segundo, gire la dirección y acelere la marcha, algo han encontrado cerca de dónde estábamos. El ruido del motor y los tumbos del coche no nos permitían preguntar a Junior en ese momento, así que nos agarramos bien y dejamos que se centrase en la conducción, que se ponía emocionante la cosa. En una vaguada del recorrido, Junior tuvo que reducir la marcha, y entonces pude ver una tortuga en el margen de la pista. Advertí a Junior y nos paramos a fotografiarla. Era sorprendente poder ver tortugas en el medio del Serengeti, pero así es, la tortuga leopardo (Stigmochelys pardalis) vive en zonas secas de la sabana con vegetación arbustiva. Estos pastos de zonas áridas son su fuente de alimento preferida. En cuanto pude sacar un par de fotos, con otra felicitación de Junior por mi buena vista, nos pide que dejemos ya al reptil acorazado. Hay algo que quiere enseñarnos, e intuye que no tenemos demasiado tiempo y que se nos puede escapar. Así que le decimos que por supuesto, vamos allá, aunque sigue sin darnos pistas sobré qué ocurre a pocos kilómetros de allí. Quiere sorprendernos.
Junior sigue hablando por la emisora con sus colegas, llegamos ya al objetivo, y vemos en el horizonte a otros dos 4×4 que vienen hacia nosotros. Entre ellos y nosotros, algo se mueve entre la hierba seca de la sabana, y pronto descubrimos a un hermoso cheetah, el guepardo (Acinonyx jubatus), al trote y escapándose de los paparazzis. Junior nos cuenta que estaba comiendo hasta hace nada, y que se ha asustado. Cuando lo vemos en los prismáticos y en el visor de la cámara, comprobamos como su vientre está distendido por la zampada que se acaba de meter. Junior no va hacia el animal, sabe que se está escapando de los otros dos coches, así que da un pequeño rodeo y lo espera más adelante, en dónde cree que va a ir, ¡y acierta! Con mi objetivo de 400mm, más un multiplicador 1,4x, llego a casi 600mm de focal, no es necesario acercarse más, ni causar más molestias innecesarias al animal, esta es la ventaja de tener esto en mis manos. ¡A disfrutar con mi Canon R6!
No nos gusta la persecución que los otros dos vehículos hacen al guepardo, a Junior tampoco, el animal acaba de comer y no creo que esté para correr en estos momentos. ¡Aunque nunca se sabe con un felino capaz de ponerse a 115 km/h en menos que canta un gallo! Con buen criterio, dejamos que descanse, no lo seguimos, y deseamos que los otros dos coches tampoco lo hagan. Nos vamos a otra sala del cine, habrá más sesiones de esta película en los próximos días, y con mejores butacas…
Continuamos pues el safari matutino y descubrimos otra nueva especie de herbívoro, el topi (Damaliscus lunatus), un antílope bastante grande, con cierto parecido con el alcéfalo, aunque algunas manchas coloridas en sus extremidades y la diferente forma de su cabeza y sus cuernas permiten identificarlo correctamente. Un grupo de topis descansa en las proximidades de un termitero, y uno de los machos está en lo alto del montículo de origen entomológico, oteando la posible presencia de depredadores al acecho. Junior nos comenta que es una costumbre típica en estos antílopes, subirse al termitero a modo de otero salvador.

















Aquello era de locos, ¡menuda primera mañana en el Serengeti! Acabábamos de llegar y ya habíamos comprendido que esta llanura era un espectáculo en cada uno de sus 15.000 m2 de superficie. Y antes de la hora del picnic, vivimos otro momento mágico e inolvidable.
Otro aviso por radioemisora nos lleva a un pequeño matorral en medio de la pradera de hierba seca. Cuando llegamos al matorral, en el que ya había tres vehículos próximos, nos quedamos atónitos ante una gran familia de leones. Pudimos contar 2 machos adultos y 6 hembras, con 2 o 3 cachorros de pocas semanas. El panorama era tremendo, los 2 machos melenudos y algunas hembras buscaban algo de sombra en las proximidades del matorral; mientras otras 2 hembras y sus cachorros estaban semiocultos entre las ramas del arbusto, en sesión de baño y limpieza. Una de las hembras, buscaba constantemente la sombra de nuestro 4×4, se acercaba y se tumbaba justo debajo de nuestra ventanilla trasera, ¡la leona estaba a 1 metro!
¡Qué preciosidad esos cachorros mirándonos mientras sus madres los lavaban con sus enormes lengüetazos! ¡Qué miedo la cara de los machos ante cualquier movimiento sospechoso! ¡Qué suerte la nuestra al poder contemplar aquella familia del Rey! Estuvimos en aquel matorral algo más de hora y media. Sin palabras nos quedamos. Satisfechos antes de parar a comer, que ya apetecía tras tantas emociones consecutivas.













La comida la hicimos sobre las 14:30, en medio de la nada, al lado de una acacia que Junior declaró segura. Simplemente colocamos la manta maasai encima del capó del 4×4, a modo de mantel, mientras Junior iba sacando el arroz con verduras y salsa curry que le había encargado al cocinero del comedor del Rhino Lodge esta mañana, antes de salir del Ngorongoro. En las redes sociales de Lengo Safaris subieron una foto de este momento. Estábamos en medio del Serengeti, comiendo fuera del coche a la sombra de una acacia, ¿qué más podíamos pedir? Aquel arroz con verduras nos sabía a caviar de esturión.
Aún estábamos recolocando gorras, cambiando baterías de cámaras y acomodándonos otra vez al ajetreo de la marcha del 4×4 por las pistas del Serengeti, cuando Junior nos señala al lateral derecho, a escasos metros de la pista de tierra, de la que salimos para ponernos a 20 metros de una mamá y sus dos pequeños cachorros. ¡Una hembra de guepardo y sus dos crías, tranquilamente acostados sobre la hierba! Preciosa estampa, fotografías sin cesar, bostezos de cachorros mostrando sus herramientas afiladas, la mamá caminando lentamente con los cachorros siguiéndola. Los machos de guepardo se desentienden del cuidado de las crías, y es la hembra la que se encarga de enseñarles a sobrevivir en la sabana. Otra escena increíble. Unos minutos más tarde, tras dejar a la cheetah y sus cachorros a lo suyo, seguimos ruta en dirección ya a nuestro alojamiento en el Serengeti, aunque con tiempo suficiente de observar un grupo de jirafas maasai a los pies de una acacia enorme, un eland común al galope, y hasta una pareja de buitres cabeciblancos en lo alto de un árbol seco, una especie de ave nueva en nuestro cuaderno de campo, en donde anotamos todas las observaciones de fauna.















Y cuando creíamos que este primer día en el Serengeti ya no podía superarse, unos minutos después de las cuatro de la tarde, otro aviso por la emisora hace que Junior pise el acelerador y nuestros corazones vuelvan a latir con fuerza, sin saber bien qué nos esperaba esta vez. En el horizonte, bajo un árbol, se podían intuir las siluetas de 2 o 3 todoterrenos; detrás de nuestro caballo, otros dos 4×4 iban en la misma dirección. Estábamos ya todos avisados, algo gordo había allí, subido a un árbol. Le pregunté a Junior, ¿leopardo?, y asiente con la cabeza, ¡nuestro primer leopardo!
Cuando llegamos al árbol del leopardo (Panthera pardus), nuevamente me alegré de tener en la mano el equipo fotográfico que tenía, junto con los prismáticos, porque el árbol estaba lejos y no podíamos acercarnos más, ni Junior ni el resto de los guías con sus coches, que allí se congregaban. Sin duda, era la observación más complicada la del leopardo, siempre escurridizo y misterioso, no es fácil. El hermoso felino estaba sentado en una rama horizontal de un árbol salchicha (Kigelia africana). Nunca habíamos visto un leopardo en vivo, en Sudáfrica tampoco fue posible. Fue impresionante poder verlo allí arriba, subido al árbol y contemplando con tranquilidad el horizonte y toda la retahíla de coches que rodeaban el árbol salchicha. Aunque la iluminación que tenía el bicho en ese momento, bajo las ramas del árbol a las 16:00 de la tarde, no era la ideal, pude sacar unas cuantas fotografías decentes del animal, mirándome fijamente y también acicalándose las manos. Junior se había colocado en un buen sitio, no dejaba de sorprenderme la facilidad que tenía este chico para colocar el vehículo en la mejor posición posible. Mi cámara y mi objetivo hacían el resto, y Junior sabía perfectamente cómo ponerme delante de la escena.
Tras unos minutos disfrutando con la observación del leopardo, y después de conversar con parejas de españoles de otros vehículos, que desearían tener los 600mm de focal que yo tenía en la mano en este momento, el macho de leopardo se pone de pie y empieza a caminar lentamente por la rama horizontal, buscando el mejor camino de bajada. Junior enciende rápidamente el 4×4 a la par que el resto y pide al guía del coche de enfrente que se mueva un poco hacia atrás, porque el leopardo, con muchas probabilidades, va a pasar por detrás de él, y así podremos verlo con más detalle ambos vehículos. Mientras sigo al leopardo con el visor de la cámara, para tratar de no perderlo de vista en el suelo, en dónde se camufla muy bien, el guía colega de Junior no atina con la maniobra, que no parecía muy complicada, de forma que no podemos acercarnos más. Una pena, la observación y la fotografía podría haber sido inmejorable, aunque aviso a Junior que no importa, lo tengo a tiro y me da para sacar un par de fotografías con el leopardo de perfil en el suelo. Unos segundos después de que el leopardo se esfumase entre los matorrales para siempre, conseguí entender una corta y acalorada conversación en suajili de Junior hacia su colega más inexperto, lenguaje universal.
Aún tuvimos tiempo de observar nuevas especies de aves que todavía no habíamos visto en África, un alcaudón dorsigrís y un grupo de estorninos carunculados, estos últimos a lomos de un búfalo a escasos metros del 4×4. Más jirafas maasai en grupos y otra especie diferente de ave, el sisón senegalés (Eupodotis senegalensis), una especie de avutarda más pequeña que la que habíamos visto en el Ngorongoro.














A las 18:00 de la tarde llegamos a nuestro alojamiento para las próximas tres noches, el Serengeti Tanzania Bush Camps, un campamento de tiendas en medio de la sabana en Seronera, la zona central del Serengeti. La verdad es que el campamento es espectacular, nos reciben con el karibu (bienvenida en suajili) lleno de sonrisas y amabilidad, como siempre en Tanzania. El jefe del campamento nos da una explicación de las normas de seguridad y los horarios de comidas, y a continuación un maasai nos acompaña a nuestra tienda. Cada una de las tiendas tiene su nombre, a nosotros nos toca la Nyati (búfalo en suajili). Un lujo de tienda, nos quedamos impresionados con lo completa y cómoda que es la estancia por dentro; iluminación eléctrica, con una amplia cama con mosquitera, con grandes y cómodos sillones de piel y una mesa de escritorio en la que nos han dejado una linterna y un walkie talkie. Johanna, que así se llama el joven maasai que nos muestra la tienda, nos explica cómo usar el walkie; debemos avisar de nuestras intenciones de movernos por la noche entre diferentes zonas del campamento, como por ejemplo ir a la tienda-comedor o a la tienda-recepción, para que siempre nos acompañe Johanna u otro maasai. Estamos en medio de la sabana y el campamento no tiene muros ni paredes de protección; la fauna salvaje está cerca y, con frecuencia, se puede ver y oír fácilmente. Debemos de tener la máxima precaución por las noches, pero durante el día no hay problema de movilidad por los senderos del campamento. Johanna también nos muestra el baño de la tienda, con todas las comodidades posibles, agua embotellada para la limpieza de dientes incluida, ducha y WC separados, espejo y toallero. Si queremos una ducha con agua caliente, solo tenemos que avisar a Johanna y esperar 15 minutos a que el calentador haga su trabajo. Vamos, un lujo de estancia, sorprendidos estamos.
Se despide Johanna y pronto salimos de nuestra tienda para ver el atardecer y recorrer todo el sendero del campamento, disfrutando del paisaje y sin creernos del todo la gran suerte que tenemos de estar en aquel espectacular lugar del mundo. Todavía me quedan algunas fuerzas para seguir fotografiando las numerosas especies de aves de bosque que se acercan a las tiendas, papamoscas, estorninos, suimangas, bufaleros, azulitos y diferentes especies de alcaudón. Esto es impresionante, es la naturaleza en estado puro. Haciendo un rápido resumen del día, hemos observado 29 especies diferentes de fauna, 14 del grupo de las aves, 13 mamíferos y 2 reptiles.
Un descanso en la tienda y a las 19:30, noche cerrada, llamamos por el walkie al maasai para que nos acompañe hasta el comedor. La clave es nyati-nyati, el nombre de nuestra tienda dos veces, los bufaleros quieren cenar. Johanna viene a buscarnos ataviado con su túnica maasai, sus sandalias de caucho, su machete y su linterna, que ilumina el camino y que, de vez en cuando, dirige hacia las zonas espesas del matorral, por si hay ojos al acecho en el corto recorrido por el campamento. Desconocemos el plan de Johanna ante una situación de fauna próxima, tampoco preguntamos. De noche y a pie, la cosa se pone seria.
Una vez en el comedor, disfrutamos de una cena exquisita, con platos elaborados por el chef del campamento. Los primeros son cremas o sopas de verduras, y los segundos platos a elegir entre varios tipos de carnes, cerdo o ternera. Con un postre y una infusión nos dimos por satisfechos. Dejé las baterías de la cámara enchufadas en las regletas de la tienda-recepción para recogerlas al día siguiente. Conocimos aquí a dos parejas más de españoles que estaban alojados en el Serengeti Tanzania Bush Camps, unos madrileños y otros jienenses. Los andaluces estaban de luna de miel y ya se marchaban al día siguiente, el chaval no paraba de hablar, y aseguraba haber oído a un león merodeando a escasos metros de la tienda la noche anterior. A centímetros de su oreja estaba el león la cuarta vez que lo contó. Qué gracia tenía, un pisha de manual. Es agradable charlar un rato con otros españoles, todos estábamos alucinados con lo que estábamos viviendo en Tanzania.
Volvimos a recurrir a Johanna en nuestro recorrido a pie hacia la tienda Nyati, maravillados con el día de hoy, cansados como burras y emocionados con la jornada que nos espera al día siguiente. Otro día más de naturaleza en su máxima expresión. Asante sana Serengeti!












