Nunca habíamos volado en globo y, aunque ahora ella lo niegue, la Princesa Isa no veía muy claro eso de subirse al cielo sin motor. He de admitir que a mí también me infundía respeto el tema, pero estaba tan entusiasmado con la organización del viaje y lo que nos esperaba en Tanzania que, sin decirle mucho a Isa, o más bien nada, había reservado con Lengo Safaris este segundo día en el Serengeti para hacer el vuelo. La gente de Lengo me aseguraba que, de elegir un capricho caro, este era el que no olvidaríamos nunca. No dejaba de imaginarme el espectáculo que veríamos desde ahí arriba y sabía que, si no lo hacíamos, nos arrepentiríamos a la vuelta de Tanzania. Nuestro segundo día en el Serengeti, contemplaríamos el amanecer en la sabana africana, subidos a un globo aerostático.
La empresa que se encargaba de nuestro vuelo era Serengeti Balloon Safaris, y el trato consistía en un despegue durante el amanecer, un vuelo de una hora de duración sobre la gran llanura y, tras el aterrizaje y brindis tradicional con el capitán, un fantástico desayuno en una mesa preparada en medio de la sabana. Una vez desayunados, continuaríamos la mañana con Junior, en su caballo 4×4, listos para seguir de safari por el Serengeti.
La empresa del vuelo también debía de venir a buscarnos al Serengeti Bush Camps en el que nos alojábamos, pero un contratiempo hizo que, la noche anterior, se pusiesen en contacto con Junior para solicitarle que él mismo nos acercase hasta las instalaciones de Serengeti Balloon Safari. Junior nos había comentado durante la cena que le habían ofrecido, o bien el pago del combustible, o bien subirse con nosotros en el globo. Y no lo dudó.
Junior lleva más de 15 años trabajando de guía oficial en Tanzania, visitando siempre el Parque Nacional del Serengeti, pero nunca había tenido la oportunidad de subirse a uno de esos globos aerostáticos que todas las mañanas aparecen sobre el cielo de la Gran Llanura. Aquella oportunidad le surgió con un par de galleguiños, emocionados por lo que nos tocaba vivir ese día y también contentos de que aquel hombre se subiese y recordase con nosotros aquel día, para siempre.
Una vez en las instalaciones de Serengeti Balloon Safari, nos subimos en el todoterreno con el Capitán Zuma, uno de los pilotos oficiales, y que precisamente sería el que nos dejaría alucinados con su pericia manejando un trozo de tela lleno de aire caliente. A las 5:30 de la mañana, con el sol a punto de salir por el horizonte, llegamos a la zona de despegue en la que los operarios ya estaban desplegando los 2 globos. Allí estábamos los gallegos, junto a otros pasajeros estadounidenses, mexicanos y alemanes, listos para el viaje.
Cuando el Capitán Zuma nos explica con detenimiento cómo debemos de colocarnos los arneses dentro de la cesta, y cómo debemos de entrar acostados en horizontal, con la cesta inicialmente tumbada, miro de reojo a Isa para ver el grado de “cagalera”, pero la verdad no veo que sea superior al mío o al de Junior. Allí todo el mundo tenía una risa floja, la emoción, el miedo, la curiosidad, la ilusión, en definitiva, la adrenalina sana de la aventura y de la vida. El sonido de la lengua de fuego llenando poco a poco el interior del globo acostado ayudaba a mantener ese nivel de adrenalina alto.
Zuma nos va distribuyendo a todos en la cesta, atendiendo a nuestros pesos corporales, que calcula con su buen ojo y experiencia; el tío no falla, nos coloca al lado de dos señoras californianas a las que se les nota su gusto por la barbacoa bien cargada de salsa americana. Junior también está cerca de nuestro habitáculo en la cesta. Nos abrochamos los arneses de seguridad y nos colocamos en decúbito supino dentro de la cesta tumbada, mirando el cielo estrellado del Serengeti, que asomaba por el borde de la cesta. Aquello parecía una atracción de feria, que podía salir disparada en cualquier momento. Nada más lejos de la realidad. El Capitán Zuma nos tranquilizaba avisándonos de que, poco a poco, estaba calentando más y más el aire del interior del globo, hasta que, en un par de minutos, la cesta suavemente se colocó de pie, igual que todos nosotros.
Una vez superado este momento inicial de miedo a lo desconocido, todo se convirtió en seguridad, suavidad, disfrute y perplejidad. La cesta empezó a despegar del suelo muy despacio, muy suavemente, al mismo tiempo que se desplazaba en la horizontal, …hasta que dejamos de oír el roce del suelo de mimbres contra la hierba de la sabana. Estábamos volando sin motor. La luz del sol empezaba a salir sobre el horizonte y a calentar la mañana, y los cantos de los pájaros eran lo único que oíamos cuando el Capitán dejaba de alimentar la llama. ¡Qué maravillosa sensación de tranquilidad!
A medida que ascendíamos, nos dábamos cuenta de las distancias y de la extensión de aquel archiconocido Parque Nacional. El Serengeti estaba bajo nuestros pies. Las caras de emoción de todos nosotros estaban más que justificadas; la mía, la de Isa, Junior, las californianas, el chaval de la empresa Serengeti Balloon Safari que nos sacaba las fotos de recuerdo, hasta la expresión facial del Capitán Zuma, que debe de tener el culo pelado de tantos vuelos, eran acordes a tan maravilloso espectáculo.
El globo hacía ascensos y descensos suaves mientras se desplazaba hacia el norte. Con el guiado experto del propio Zuma y de Junior, pudimos escuchar el rugido de los leones, y observar manadas de gacelas, ñus, elefantes y cebras bajo nuestros pies. Fue especialmente emocionante el descenso que el Capitán hizo para sobrevolar un río repleto de hipopótamos, con la cesta a escasos 5 metros de altura sobre el agua. Previamente al descenso, cuando desde lo alto, el Capitán nos señaló por dónde iba a meter el globo y su cesta, entre un hueco que dejaban los árboles de ribera, no nos lo podíamos creer. Fue impresionante contemplar la maniobra de aquel hombre, con aquellas dos finas cuerdas y un quemador de llama, nada más y nada menos, para conseguir pasar a escasos metros de los hipopótamos. ¡Increíble!


















Un aviso rápido de Junior señalando hacia abajo nos permitió disfrutar de una carrera al galope de un guepardo, o al menos eso fue lo que todo el mundo en el globo identificó como un guepardo. Aunque estábamos muy altos, pude dirigir el teleobjetivo de mi cámara hacia el animal y sacar una ráfaga de fotos. Unas semanas más tarde, ya en casa editando las fotos, descubrí unas orejas altas y puntiagudas. La carrera que vimos era, en realidad, la de un serval o gato salvaje (Leptailurus serval), aquel que no había podido ver unos días antes en el trekking del Empakai, y no la de un guepardo.
Rematamos el vuelo pasando a escasos metros de un águila en la copa de una acacia, de un grupo de topis y gacelas de Thomson, y de un hipopótamo que protestaba por la falta de intimidad abriendo su enorme boca al paso de nuestra aeronave.
Aquella hora de vuelo nos parecieron cinco minutos, ¡qué rápido se pasaron! A medida que nos acercábamos al suelo, el Capitán Zuma nos informaba de cómo sería el aterrizaje y de cómo debíamos de actuar durante el mismo. Aunque él intentaría aterrizar sin que la cesta llegase a volcar, era una posibilidad que no descartaba. Tocaba ponerse serio. En cualquier caso, ese momento sería ya a poca velocidad y sin demasiado peligro. O eso nos aseguraba. Después de ver cómo aquel tipo con galones nos había enseñado la boca de un hipopótamo desde el aire, en el sitio y lugar que él nos había precisado a cientos de metros de distancia, yo ya no temía nada. Con ese hombre me iría a dónde él me dijese, sin dudarlo. Así que nos sentamos en la posición que nos indicó, y esperamos tranquilamente a que la cesta fuese rozando levemente las hierbas de la sabana, mientras Zuma descontaba segundos en una cuenta atrás tan precisa como un reloj suizo. Cuando el Capitán remató el tres, dos, uno…la cesta se frenó tras un par de saltitos, no volcó, se quedó de pie en la gran llanura, y la tela del globo cayó lentamente sobre el Serengeti. ¡Asombroso!
Bajamos de la cesta emocionados, con una sonrisa y una emoción indescriptibles después de lo que acabábamos de vivir en esa hora de vuelo sobre el Serengeti. ¡Qué euros más bien invertidos! Mientras comentábamos la jugada con las californianas y los neoyorquinos, el personal de Serengeti Balloons Safari recoge ordenadamente la enorme tela del globo e inicia la carga de la cesta sobre el remolque y el todoterreno, que ya estaban esperando nuestro aterrizaje en una zona próxima. Lo tienen todo más que preparado.
El Capitán Zuma, con la seriedad que le otorgaba su camisa de galones alados, recoge una botella de champán francés de manos de uno de sus ayudantes, mientras nos pregunta con sorna si estamos todos o si alguno se había bajado durante el vuelo. Y abrazando la botella sin empezar a abrirla todavía, comienza a narrarnos la curiosa historia que nos hará brindar con él tras este espectacular vuelo en globo.
La historia dice que los hermanos franceses Montgolfier descubrieron fortuitamente a finales del siglo XVIII que, si llenaban piezas de ropa con aire caliente de combustión de la madera, éstas parecían levitar misteriosamente. Desconocedores de que la menor densidad del aire caliente era, en realidad, la clave física de tal misterio, bautizaron con el nombre Montgolfier a un supuesto nuevo gas. Sea como fuere, los Montgolfier convencieron a un fabricante de papel para construir un enorme globo, que hicieron volar en septiembre de 1783 sobre el cielo de París, bajo la atenta mirada del rey Luis XVI y su esposa María Antonieta. La aeronave no iba tripulada por seres humanos, ya que se temía que fuese imposible respirar a grandes alturas, así que los franceses metieron en la cesta a un pato, un gallo y una oveja. Fueron los primeros pasajeros aéreos de la historia (que Ícaro me perdone). El vuelo alcanzó los 450m de altura y duró 10 minutos, consiguiendo los animales aterrizar sanos y salvos.
El Rey Luis XVI de Francia y Navarra, ante tal éxito, instó a los hermanos Montgolfier a que preparasen un nuevo intento, pero esta vez con seres humanos como tripulantes. Solo dos meses más tarde, en noviembre del mismo año 1783, se programó un vuelo similar con globo de papel de periódico, en el que embarcarían, en principio, dos anónimos presidiarios. Así, no se pondría en riesgo la vida de alguien no condenado previamente a pasar por la guillotina. Humanidad en sentido literal.
Hete aquí que el orgullo de los científicos, y más siendo franceses, salta como un resorte y evita el supuesto mal trago a los reos. El físico Jean-François Pilâtre de Rozier y el Marqués d’Arlandes, indignados ellos con la posibilidad de que dos presidiarios cualquieras ostentasen semejante honor de subir al cielo en el primer vuelo tripulado de la historia de la humanidad, fueron finalmente los agraciados voluntarios aquel otoño de 1783. Despegaron desde el Château de la Muette, a las afueras de París, y recorrieron 13 kilómetros a una altura de más de 900 metros. Historia de la humanidad. ¡Quien le iba a decir a María Antonieta en aquel momento, que ese fino cuello, que se flexionaba para observar el ascenso del globo, iba a caer inerte sobre otra cesta de mimbre algo más terrenal, solo diez años más tarde!
Parece ser que Jean-François Pilâtre de Rozier y el Marqués d’Arlandes, brindaron con champán francés para celebrar el éxito de aquel primer vuelo tripulado por humanos en 1783. Como siempre ocurre con estos relatos, existe otra versión que cuenta que, en realidad, los tripulantes llevaban champán a bordo para ofrecer como obsequio y disculpa a los cabreados campesinos, que observaban atónitos como un invento del diablo aterrizaba sobre sus cultivos o asustaba a su ganado. En cualquier caso, desde entonces, la tradición se ha mantenido y todos los vuelos en globo, en cualquier lugar del mundo, acaban con un brindis entre el Capitán y los pasajeros para celebrarlo, en algunos casos con cava catalán, casi siempre con champán francés. Isa y yo lo hicimos junto a la pareja neoyorquina de recién casados, con un delicioso calimocho europeo-africano de champán francés y zumo de mango.
Chin Chin Capitán Zuma!
En diez minutos de vehículo todoterreno ya estábamos en el “comedor” del desayuno, un imponente claro de la sabana africana, bajo dos grandes acacias. Allí nos habían preparado dos largas mesas con mantel y cubertería de época y, a cierta distancia, dos cabinas de madera que hacían de improvisados aseos. Impensable pedir más. Nos sentamos todos en las mesas y, mientras nos servían una bebida a elegir, esperamos a que los capitanes de los globos ocupasen sus respectivas Presidencias de Mesa. El capitán Zuma se sentó en la cabecera de nuestra mesa, y continuó un buen rato firmando los certificados de vuelo de todos los pasajeros. Impresionaba vernos allí, disfrutando de aquel ostentoso desayuno, a escasos metros de la hierba seca alta, cual pequeñas e incautas gacelas… El desayuno fue de los que le gustan a Isa, bien de salados, bien de dulces, bien de café, bien de todo vamos. ¡un lujo africano aquello!
Con la entrega de los certificados de vuelo y un último brindis, nos despedimos del Capitán Zuma y del resto de la gente de Serengeti Balloons Safari, agradeciéndoles eternamente aquella inolvidable experiencia en globo aerostático…y el desayuno también. Nos subimos de nuevo al “caballo” de Junior, listos para seguir disfrutando del safari en la Gran Llanura; eso sí, ya sin la suavidad del vuelo silencioso y las cómodas sillas del desayuno continental. Regresamos al “masaje tanzano”.
No eran ni las 9:30 y aquella mañana ya se había convertido en imborrable. No habíamos tenido tiempo de digerir las emociones de las primeras horas del día, cuando Junior recibe un aviso por walkie talkie de que algo teníamos que ver no muy lejos de nuestra ubicación. La carrera de Junior para conseguir la mejor posición de observación volvía a hacer subir la concentración de adrenalina en nuestra sangre, esa hormona que producen las glándulas suprarrenales, la que nos pone en marcha, la que nos pone en alerta, la que nos da la vida.
Llegamos a un claro en la sabana, roto por la presencia de tres árboles salchicha (Kigelia africana). Los frutos colgantes de este árbol, que le dan nombre a esta especie, son muy duros y son los elefantes los únicos que son capaces de digerirlos y favorecer así la dispersión de la planta. Los maasai son capaces de obtener de su pulpa una cerveza con alta graduación alcohólica. Cuando Junior paró el coche frente a una de las Kigelia, nos señala hacia sus ramas, en lo alto, en dónde había dos preciosas leonas echando una buena siesta. Apoyada la panza sobre la rama, sus patas y colas colgaban del árbol, confundiéndose con los frutos colgantes del árbol salchicha. Al llevar los prismáticos a la base del árbol, pudimos ver cómo asomaba la cabeza de una tercera leona, que miraba a sus compañeras, y que parecía estar analizando cómo y por dónde subir al árbol. En un rápido y ágil salto, la leona ya estaba buscando su sitio en las ramas ¡qué paz y tranquilidad transmitían esas leonas descansando plácidamente en el árbol salchicha, con un paisaje de fondo realmente extraordinario!
Salimos de allí tras casi una hora de fotos y observación con prismáticos. La verdad es que cada una de las escenas podría servir para pasar un día entero disfrutando de ella. Pero había que seguir buscando nuevas imágenes, así que no tardamos mucho en encontrarnos con más grupos de jirafas y con una pareja de avestruz (Struthio camelus), el ave más grande y pesada de todas, y cuyas pequeñas alas no le permiten volar, pero si equilibrarse y defenderse, además de servir para lucir palmito al macho en su curioso baile nupcial.
Otro aviso por la emisora, otra carrera hacia nuevas aventuras. Dos machos de guepardo (Acinonyx jubatus), seguramente hermanos según Junior, buscando comida y marcando con orina cada árbol que se pone por delante. Al poco rato, un nuevo aviso de radioemisora alerta a Junior y, sin consultarnos y por sorpresa, arranca el coche y nos acerca a otra nueva escena no muy lejos de allí. Una pareja de leones dormidos y acostados en la sabana, a poca distancia de nuestro vehículo y otro que ya estaba esperando en la zona, pero con mala visibilidad y posibilidades de fotografía. En un primer momento, nada más llegar allí, no comprendí por qué Junior había decidido dejar a los hermanos guepardos y llevarnos a ver a dos leones tumbados y dormidos. Pero pronto aparecieron por la derecha un grupo de búfalos, paciendo hierba tranquilamente mientras avanzaban lentamente…justo en dirección a la pareja de leones
¡Quieto parado!, había entendido la jugada que buscaban Junior y su colega del otro todoterreno. Ambos intuían que la trayectoria de avance de los búfalos, en dirección hacia los leones, podría ser una oportunidad de acción muy interesante. Así que apagaron ambos sus respectivos motores, justo en frente de toda la escena, y esperamos pacientes el desenlace de la película.
Cuando los búfalos se encontraban a escasos 20 metros de los leones durmientes, el enorme macho que encabezaba el grupo se detiene, levanta la cabeza y se percata de la presencia de los felinos. Lo que ocurrió a continuación sorprendió a unos profanos de la sabana como nosotros, y es que cuando el melenudo león se da cuenta de que no están solos, se levanta con prisas, va a despertar a su compañera, y en menos que canta un gallo, salen ambos por patas de allí mientras los cinco búfalos, con el fornido macho a la cabeza, se echan a galopar detrás de ellos. Pude seguir la escena con el teleobjetivo y disparar ráfagas de fotografías sin parar, captando la huida de la pareja de reyes, destronados en ese instante por cinco moles negras con cuernos. Vista la mala leche del búfalo de cabeza, corriendo para alcanzar a los leones, éstos se hacían menos fieros. Parecían gatitos escapando de un camión sin frenos. Fue curioso también observar al león siguiendo a la leona, con la mirada y con los movimientos. Sin duda, era ella la que decidía cuando correr y cuando pararse. Una vez que se distanciaron lo suficiente de los búfalos, vuelta a la siesta apacible. Están seguramente de luna de miel, ella manda ¡Maravillosa escena!
Seguimos unas horas más recorriendo el Serengeti, abrumados por todo lo que estábamos contemplando en tan corto espacio de tiempo, casi no daba tiempo a asimilarlo. Un par de aves secretarias corriendo a ras de suelo, como aviones antes de despegar. Otra tortuga leopardo al borde del camino. Más grupos de esbeltas y majestuosas jirafas maasai…


































Nos dieron las 13:00, llevábamos desde las 4:00 de la madrugada en pie, y Junior nos ofrece ir al Bush Camps a comer, hoy la gente del campamento nos tenía preparada una sorpresa. Comida en la tienda VIP, con mesa y menú especial; una tienda aislada en un rinconcillo del campamento, con dos sofás amplios para descansar luego. Estábamos hambrientos y reventados, aquello era agua de mayo. Una comida deliciosa amenizada por los chaparrones de lluvia que golpeaban las telas de la tienda, que tuvimos que ayudar a desplegar al personal del campamento para no mojar los sofás de pieles. Tras una siesta después del postre y el café, a eso de las 16:00 volvíamos con Junior, aún nos quedaban algunas fuerzas para no dejar escapar aquel increíble día…quién sabe lo que nos espera ahí fuera…
Después de los chaparrones que cayeron durante la comida, los colores y olores de la sabana son increíbles. Los rayos del sol vuelven a entrar entre nube y nube y todo cambia de tonalidad. Fueron unos minutos de buenas fotos de una manada de topis (Damaliscus lunatus) y de una familia de babuinos oliva (Papio anubis), cuyos cuerpos oscuros atravesaban las hierbas de tonos amarillentos.
También tuvimos la suerte de encontramos un macho de Francolín coquí (Peliperdix coqui) y otro de sisón ventrinegro común (Lissotis melanogaster), dos nuevas observaciones de aves para nuestra libreta de campo. Más ejemplares de ave secretaria (Sagittarius serpentarius), de águila rapaz (Aquila rapax) y gallineta común (Gallinula chloropus) nos seguían demostrando que el Serengeti no era solo cuestión de mamíferos.
Estaba claro que no era solo cuestión de mamíferos; ahora bien, cuando aparecen los carnívoros, casi siempre suelen dejar con la boca abierta a los que tienen la suerte de estar en el momento justo y el lugar adecuado. Cuando creíamos que aquel día ya no podía dar más de sí, otro nuevo aviso por radioemisora sobresalta a Junior, que pisa acelerador y nos lleva a un árbol pegado mismo a la pista de tierra, rodeado ya de unos 10 ó 12 vehículos, que no dejan ya buenas butacas libres para observar a un precioso leopardo (Panthera pardus) , subido en la rama del árbol, devorando los restos de una gacela ¡tela marinera con el gatito!
Tremenda voracidad la del leopardo, que en apenas 10 minutos se comió dos cuartos traseros de gacela, levantando la vista de vez en cuando para otear el horizonte, e ignorando la multitud de coches, cámaras y turistas que allí nos agolpábamos perplejos. Junior nos comenta que seguramente se trata de una presa que ha capturado el día anterior, y que ha escondido en la copa de ese árbol, previamente destripada. Al parecer, según nos cuenta Junior, tras la captura de la presa, los leopardos suelen dejar los órganos internos en el suelo, para despistar a los competidores carroñeros, mientras que el cuerpo ya destripado de la presa, más ligero, lo sube al árbol para darse el festín en días posteriores. El leopardo recurre a esta técnica de ocultación de las presas en los árboles, para evitar que otros depredadores y carroñeros se las roben, gracias a sus potentes músculos cefálicos, nucales y mandibulares. Y ahí estábamos nosotros, en uno de esos momentos mágicos, contemplando el festín de un leopardo en una de sus despensas, una acacia de borde de pista en el centro del Serengeti. ¡Sencillamente espectacular!
Había que ir pensando en regresar al campamento, aún nos quedaba una tirada en todoterreno y la tarde ya se estaba cerrando. Estábamos muy cansados, el día había sido el más intenso de todos los que habíamos pasado en Tanzania hasta la fecha, así que Junior enfiló la ruta de vuelta.
Pero estaba claro que aquel día era El Día. No llevábamos ni veinte minutos recorridos desde el árbol del leopardo, cuando una descomunal figura asomaba entre los árboles de una zona húmeda. Un enorme hipopótamo (Hippopotamus amphibius) se mostró ante nosotros, caminando lentamente, y sin dejar de mirarnos pasó a escasos cinco metros del vehículo. Cuando lo creyó conveniente, nos deleitó con una apertura bucal a modo de aviso de intenciones, algo así como un “cuidadito conmigo”. Disparé unas cuantas ráfagas de fotografías. Seguíamos flipando a cada minuto.
Y mientras el hipopótamo se ocultaba entre la densa vegetación del humedal, buscando su hyppo pool, llama nuestra atención el graznido continuo de una anátida, acompasado con golpes que parecían almohadazos. Cuando volvimos la vista al otro lado de la pista, muy cerca del hipopótamo que acabábamos de observar, nos quedamos sorprendidos al contemplar la nueva escena.
Dos machos de ganso del Nilo (Alopochen aegyptiaca) se zurraban como púgiles en combate, utilizando sus alas emplumadas como guantes de boxeo. Mientras los machos se sacudían de lo lindo, una hembra los perseguía graznando sin parar, como gritándoles que parasen, o quizás intentando ayudar al padre de los patitos, que perseguían a su madre de un lado a otro. Era sorprendente la fuerza de los golpes de aquellos gansos, el sonido seco y duro que producía cada gancho. También nos pareció angustioso el graznido de la hembra, que parecía suplicar el fin de aquella riña. El comportamiento de los gansos era tan simple cómo increíble, el papá ganso tuvo que defender a su familia de la intrusión de otro macho de ganso del Nilo, tan simple como la defensa de los suyos. Y tras unos minutos de combate, el intruso salió volando y la pareja y sus crías fueron felices. La historia de la familia gansa acabó como las historias de los cuentos de hadas, al igual que aquel interminable y espectacular nuevo día en el Serengeti.


























