A las 6:30 de la mañana ya estábamos desayunando en el acogedor comedor del Eileen´s Trees Inn en Karatu, dispuestos a seguir con nuestras aventuras tanzanas. Al otro lado del comedor, veíamos a Junior charlando con el personal del hotel y con otros colegas guías de safari, en perfecto e ininteligible suajili. Habíamos quedado para salir a las 7:00, rumbo al Área de Conservación del Ngorongoro, Patrimonio de la Humanidad desde 1979 y uno de los puntos calientes de biodiversidad más espectaculares del Planeta Tierra, ¡casi ná!
Tras el check-out y la propina en dólares americanos a la gente del hotel, amable y encantadora como en todos los alojamientos de nuestro viaje, nos despedimos con un see you next week (repetiremos hotel a la vuelta del Serengeti) y nos subimos al “caballo” que tan magistralmente guiaba Junior. Nos pregunta antes de arrancar si estábamos preparados para flipar, literalmente; respondimos entusiasmados con un firme come on!, y Junior nos replica con uno de sus gritos de guerra por el que siempre lo recordaremos, All right, all right, all right!, así, tres veces seguidas, ni una más ni una menos…
En el camino de vuelta de la jornada anterior en el Parque Nacional Tarangire, Junior no dejaba de decirnos que lo bueno empezaba en el Ngorongoro, que simplemente habíamos calentado cámara, objetivo, prismáticos, vista y cuerpo. Intuíamos pues, que hoy empezaba lo más espectacular de nuestra aventura, pero realmente no podíamos imaginar ni por asomo, todo lo que nos esperaba en apenas una hora de coche.
En el trayecto de carretera hacia el Área de Conservación, que cada vez empieza a ser más pendiente, estrecha y sinuosa, Junior aprovecha para comentarnos algo importante que debemos de tener en cuenta sobre el Ngorongoro, y es que en realidad no se trata de un cráter, sino de una caldera volcánica, que se formó por la explosión y colapso de un gigantesco volcán, hace aproximadamente unos 3 millones de años; así se originó esta llanura en forma de cuenco, de suelo volcánico muy fértil, de unos 24km de diámetro, encerrado por paredes verticales de más de 600 metros de altura. La caldera del Ngorongoro tiene unos 260 km2 de superficie, y en ella habitan multitud de animales, repartidos en diferentes hábitats de lagos salados, bosques frondosos, sabana abierta, tierras áridas, etc. El Área de Conservación no solo contiene esta caldera volcánica, sino que incluye un total de 8.300 km2 de superficie, algo más que toda la provincia de A Coruña. En los próximos 2 días nos adentraremos en una parte de esta maravilla de la naturaleza.
A las 7:30 estamos ya en la entrada del A.C. Ngorongoro, una enorme puerta en la que es necesario que Junior entregue toda la documentación en regla a los rangers. Aprovechamos también para el pis de rigor y sacamos algunas fotos de recuerdo, al mismo tiempo que cotilleamos algunos papeles y facturas del viaje, que Junior nos había dejado en mano mientras se iba al baño.
Así que cruzamos la puerta en nuestro “caballo” y seguimos ascendiendo la pared exterior de la caldera volcánica, atravesando frondosos bosques por una carretera de tierra sinuosa y muy bien bacheada. Masaje tanzano, así llamaba Junior al traqueteo constante del todoterreno por estas pistas, ¡y lo que nos quedaba por disfrutar del masaje! Lo cierto es que nuestros culos europeos no están acostumbrados a tantas horas bacheadas, pero ya se sabe que el que algo quiere…
Cuando apenas quedaban tres curvas para llegar a la cima, en dónde está el primer mirador sobre la caldera del Ngorongoro, en uno de los tramos más bacheados de la carretera, nos encontramos con un vehículo aparcado en la cuneta, con una rueda desencajada, aparentemente muy averiada. Junior baja la ventanilla y charla en suajili con el conductor, que parecía bastante preocupado, y aparca el “caballo” unos metros delante de su maltrecho vehículo. Nos comenta Junior que conoce al otro guía, Dominique, y que parece que la avería tiene mala solución. Nos bajamos los tres del coche y, mientras Junior le echa un vistazo a la rueda y la suspensión del coche del colega, nosotros nos acercamos a la pareja de franceses que estaba allí de pie, con cara de mitad preocupación, mitad resignación. This is África!, comentamos sonriendo y levantando los hombros. La chica francesa, Chris, habla un poco de español, así que nos hacemos una rápida presentación los cuatro unzungus, mientras Junior y Dominique comprueban que, efectivamente, no es posible una rápida reparación in situ, mala suerte para Francia en esta ocasión.
Así las cosas, Junior se me acerca y me pregunta cómo veo la posibilidad de que la pareja francesa se suba a nuestro “caballo”, mientras su colega guía Dominique va en busca de ayuda profesional a un taller cercano (lo de cercano es un decir, ya os lo podéis imaginar). Por supuesto, le digo a Junior que no hay problema, ya estábamos muy cerca del Ngorongoro, para los franceses sería una putada grande perderse esa jornada por culpa de una avería en su coche, si nosotros estuviésemos en su lugar…Se lo comento a la Princesa (así llamaba Junior a Isa, era nuestra Princesa), y allá que nos llevamos a Les Enfants de la Patrie, Chris y Maëlan, al galope hacia el Ngorongoro.
El guía de los franceses casi nos come a besos, y Junior ya le comenta que estamos encantados de echar una mano, y que no se preocupe, que repare el coche y que ya nos vemos en el Ngorongoro por la tarde. Ya de camino con nosotros, Chris nos cuenta en su aceptable español que, antes de pasar nosotros a su altura, muchos otros vehículos paraban a preguntar, pero que los guías se veían obligados a continuar la ruta sin ayudar, porque los clientes unzungus que llevaban, les señalaban el reloj y se les quejaban de que se les hacía tarde. De verdad que hay seres humanos en el mundo que no se ganan ni uno solo de los privilegios que la vida les ofrece a diario. Sin exagerar, creo que, entre nuestra parada y la decisión de subir a nuestro caballo a los franceses, debimos de haber “perdido” unos 10 minutos de ese día, en fin, toda una tragedia para algunos.
Unas curvas más tarde, sobre las 8:15 de la mañana, llegamos al mirador de la caldera del Ngorongoro. Sabíamos de lo especial que era aquel sitio, de los numerosos documentales que vemos en La 2 y que dedican horas y horas de grabaciones a aquel fantástico lugar, nos habíamos documentado sobre la formación volcánica de aquel paisaje y Junior nos había ido contando más detalles por el camino, pero fue llegar a aquel mirador, bajar del todoterreno, acercarnos a la plataforma que asoma a 600 metros de altura y…

…en seguida comprendí que aquel lugar era EL LUGAR, el resumen perfecto de nuestro viaje a Tanzania; esa maravillosa e indescriptible sensación de pulso acelerado, boca abierta y lágrimas en los ojos, ese ¡OHHH! continuo e interminable de asombro y admiración por tan inmenso paisaje delante de nosotros…
Como la mayor parte de vivencias que aquí cuento, por mucho que os describa, os presente, y os muestre algunas de las fotografías que hice, por muy buenas que sean, jamás podré explicar con exactitud lo que fue aquel momento. Solo os digo una cosa, todo ser humano debería de poder ver aquello, al menos una vez en la vida. Aquello es la Meca de cualquier Homo sapiens; de hecho, muy cerca de allí está el Yacimiento de Oldupai, considerado como la Cuna de la Humanidad, en dónde en 1960, Mary Leakey desenterró la mandíbula y huesos de una mano de Homo habilis (datados en 1,75 millones de años) y que visitaremos unos días más tarde, a la vuelta del Serengeti. Todos descendemos de este sitio, aquí empezó todo para el ser humano actual, hace apenas 1,8 millones de años.
Para que me entiendan los urbanitas, supongo que es como llegar a la base del Empire State Building en New York, o contemplar la City desde su mirador en la azotea. Para que me entiendan los creyentes, aquello es como el Edén, el Paraíso en el Cielo, la Tierra Prometida y el Huerto de los Olivos de Getsemaní, todo a la vez en el mismo lugar. Un verdadero espectáculo de la naturaleza ante nuestros ojos.

Me costó llevarme el visor de la cámara al ojo, primero porque las lágrimas no ayudaban a enfocar, y segundo porque no podía dejar de mirar a un lado y a otro, con asombro e incredulidad infantil, esa que te hace buscar con la mirada a los que tienes cerca, al lado, cogerlos de la mano y exclamar sonriendo, ¡WOW! En aquel momento, así hice con la Princesa, la cogí de la mano para seguir asombrándonos juntos con el Ngorongoro a nuestros pies. Con mi otra mano, agarraba a mi Padre, que allí estaba en aquel lugar conmigo, más asombrado que yo, ¡cuánto disfrutaría si pudiese contemplar semejante maravilla!

He estado en lugares muy bonitos, en espacios naturales que te dejan huella, he tenido sensaciones similares, como un día de invierno de verdad en la Costa da Morte, en la Virxe da Barca de Muxía, con el Atlántico rugiendo con fuerza; o en el Mont Blanc en los Alpes Franceses, con -20ºC y Chamonix-Mont Blanc nevado completamente a nuestros pies, desde casi 4.000 metros de altitud; o la inmensa grieta de Mosi-oa-tunya, en dónde el río Zambeze se desploma desde más de 100 metros de altura y 2 km de ancho, formando las famosas Cataratas Victoria, en Zimbabue. Pero la sensación de quedarte sin aliento que me ofreció aquel mirador que me permitía contemplar el Ngorongoro, una caldera volcánica de 24km de diámetro es, hasta la fecha, insuperable. Siempre recordaré este momento.
Una vez sacadas todas las fotografías de rigor desde el mirador, comentadas las mejores jugadas con nuestros compañeros franceses y con Junior que, consciente de mis ojos vidriosos, me suelta al salir del mirador, guiñándome un ojo: “¡Qué te dije, hoy empieza lo bueno!”, iniciamos emocionados e impresionados, el descenso en todoterreno por una estrecha y vertiginosa carretera, directos al interior de la caldera volcánica.

En el Ngorongoro teníamos la oportunidad de observar los Big Five, búfalo, elefante, león, leopardo y rinoceronte, y si incluimos al hipopótamo tenemos a los Big Six. Es cierto que para observar al rinoceronte negro necesitábamos utilizar los prismáticos y tener una buena vista, ya que no es fácil tenerlos a corta distancia. Nosotros pudimos divisar dos rinocerontes en medio de la inmensa llanura del Ngorongoro. El rinoceronte negro (Diceros bicornis) está En Peligro Crítico de Extinción, y estamos en uno de los últimos lugares de África en dónde todavía se pueden ver los últimos ejemplares en libertad; los furtivos y la destrucción de su hábitat natural son sus grandes amenazas.









Disfrutamos de inmensas manadas de cebras y ñus, de búfalos y gacelas de diferentes especies, y las charcas repletas de hipopótamos; avistamos también mucha avifauna asociada al Lago Magadi y al resto de humedales existentes, como espátulas, grullas coronadas, pelícanos, aves limícolas como chorlitejos y avefrías. El Ngorongoro es un refugio lleno de alimento para los herbívoros, con suelos y praderas muy fértiles, y dónde llegan los herbívoros ya sabemos que poco tardan en aparecer los carnívoros, así que no fue difícil observar también al chacal dorado, a la hiena y a varias familias de leones. ¡Por fin pudimos contemplar la espléndida melena de un león adulto!, porque en nuestro viaje del 2019 en Sudáfrica, Zimbabue y Botswana, no habíamos podido ver ninguno.
Junior nos sorprendió con varios detalles muy interesantes del Ngorongoro:
1) Las jirafas no llegan a disfrutar de esta caldera volcánica tan fértil, y es que la pendiente de bajada, tan pronunciada desde los bordes del antiguo cráter, impide que las jirafas puedan descender hasta aquí. Esas patas y ese cuello tan largo, junto con un sistema circulatorio tan potente, hacen inviable un descenso tan pronunciado y largo, en el que el cerebro de las jirafas colapsaría si lo mantienen demasiado tiempo por debajo del corazón. Las jirafas necesitan que su corazón bombee sangre a dos metros de altura, para llegar al cerebro, y eso lo consiguen con un gigantesco ventrículo izquierdo, con una hipertensión arterial única en los mamíferos y con un sistema de válvulas y músculos en los vasos sanguíneos del cuello. No pueden mantener la cabeza por debajo del corazón demasiado tiempo, así que bajar al Ngorongoro no les viene nada bien.
2) El Ngorongoro es el retiro deseado para los elefantes en senectud, la jubilación perfecta, un lugar a 1.800 metros de altitud, con agua fresca proveniente de las tierras altas, con temperaturas agradables eternamente primaverales, muy fértil y lleno de alimento de fácil disponibilidad. El retiro perfecto para los abuelos elefantes. De hecho, pudimos contemplar y fotografiar algún ejemplar ya viejo, que incluso llevaba la trompa apoyada sobre uno de sus colmillos.
3) El significado del nombre Ngorongoro. Junior nos comenta que fueron los ingleses quienes, al escuchar el sonido de los cencerros del ganado de los maasai, transcribieron la onomatopeya. Otra explicación que hemos oído es que Ngorongoro viene de la palabra maasai para designar un lugar frío, algo bastante irreal. Lo cierto es que todavía no he conseguido aclarar qué significa realmente. Misterios africanos. Seguiremos investigando.
4) Comprobamos el manejo de pastos y praderas mediante quemas controladas, para aumentar su fertilidad. El Área de Conservación del Ngorongoro es también el hogar de los maasai, un pueblo nómada de origen nilótico que ocupa la zona sur de Kenia y zona norte de Tanzania. Actualmente su población estimada es de 900.000 personas. Como veremos el día siguiente en Empakai, numerosas aldeas se sitúan en estas tierras altas (3.000 metros de altitud) y manejan superficies inmensas de praderas y pastizales para su ganado (vacas y cabras). Los maasai ocuparon también antiguamente el Serengeti, pero se vieron desplazados por la gestión ambiental y gubernamental, para evitar conflictos con la fauna salvaje. En la actualidad, están autorizados a bajar a la caldera del Ngorongoro con su ganado en ciertas épocas de año, aunque la tendencia y la intención es que también dejen de hacerlo en un futuro cercano. Lo cierto es que la situación crítica del rinoceronte negro lo necesita. Conflictos conservación versus población local, el eterno problema, no exento de polémica, el caldo de cultivo perfecto de la mala política. Me suena de algo.
La parada para comer la hicimos en una zona preciosa de picnic, a orillas de un pequeño lago, con manadas de cebras muy cerca. Aprovechamos aquí para ir a los baños públicos habilitados, en dónde le dejé propina al maasai que limpiaba los baños, cuyas orejas colgantes llamaban la atención. Las miradas y sonrisas de agradecimiento mutuas que nos cruzamos aquel imponente hombre y yo no serían las últimas, aunque ambos lo ignorábamos en aquel momento.
¡A comer! Junior montó en un periquete, sobre unos pequeños troncos adaptados, la manta maasai que hacía de mantel improvisado, y las cuatro cajas de cartón con nuestros picnics y bebidas, con su café caliente de sobremesa. Mientras tanto, seguíamos charlando con los amigos franceses, sobre nuestros trabajos en Europa y nuestras aficiones. Es en estos momentos cuando más me acuerdo de mis profesores de inglés, y de la madre que los parió a todos ellos y ellas. Eso no era apreciar y aprender el inglés, era odiarlo encarecidamente, y así me fue. Cierto, lo sé, alguna culpa tendrá también mi cerebro gallego-español. Menos mal que, la Princesa Isa, sí que le supo sacar más partido que yo a esto de aprender el idioma de la Pérfida Albión. Supongo que sus profesores de idiomas no le hacían rezar el Credo, ni le lanzaban borradores a la cabeza.
Cuando estábamos rematando el café, llega Dominique, el guía de los franceses, con su coche todoterreno ya reparado. En España le calculo 4 días en taller y 500€ del ala. Un tipo muy dicharachero el colega de Junior, no deja de bromear con todo el mundo. Junior dice que Dominique sería como un pisha andaluz de los nuestros. Tenía razón, él era más como un gallego, currante, directo al grano, muy listo y también buena gente. Agradeciéndonos la ayuda prestada, que a nosotros nos pareció algo normal y que quisiéramos para nosotros en su misma situación, nos despedimos de Dominique, Chris y Maëlan tras intercambiarnos los teléfonos para seguir en contacto. Muy majos estos galos, Au revoir mes amis.
Continuamos con el safari por la tarde, y poco antes de las 18:00, hora de cierre de la puerta de acceso a la caldera del Ngorongoro, salimos raudos y satisfechos de este paraíso de fauna en dirección hacia nuestro nuevo alojamiento dentro mismo del Área de Conservación, el Ngorongoro Rhino Lodge. Una jornada de safari con numerosas observaciones de unas 37 especies diferentes de fauna. Sin embargo, al salir del Ngorongoro, le recordamos a Junior que no hemos visto guepardo, ni leopardo, ¡qué pena! Junior sonríe, nos mira, y nos advierte de que pronto tendremos cuatro días seguidos en el Serengeti, Pole pole (despacito en suajili) my friend! Qué fenómeno el junior.
Nos recibe en la entrada un maasai y nos ofrecen el siempre refrescante zumo de sandía; una vez listo el check-in, nos acompañan a nuestra habitación, una preciosa estancia con chimenea de brasas y balcón abierto al frondoso bosque de acacias, que ocupa toda la circunferencia del antiguo cráter del volcán. Nos advierten de que no salgamos jamás del cierre de madera del balcón y del recinto del hotel, ya que es frecuente que los animales se acerquen a las estancias. Durante la noche, el alojamiento siempre está vigilado por maasai, que hacen guardia por los pasillos exteriores y la zona del comedor, advirtiendo de las visitas de fauna de herbívoros a los incrédulos huéspedes.
A las 19:00 de la tarde, exhaustos y hambrientos, dejamos a las cebras y los antílopes de agua comiendo hierba fresca muy cerca de nuestra habitación, y nos vamos al acogedor comedor para cenar y seguir conociendo el Rhino Lodge. La cena en todos estos hoteles tanzanos es similar, buffet libre, abundante y sabrosa. Tras la cena, camino de la habitación, el maasai que está de guardia esa noche nos señala y alumbra con su linterna un grupo de búfalos, comiendo a escasos cinco metros del balcón de nuestra habitación ¡qué pasada!
Estamos a unos 2.200 metros de altitud, aquí por las noches refresca, así que le pedimos al maasai que nos encienda la chimenea con unas pocas brasas, que trae con una pala y, como no, con una enorme sonrisa.
Otro día inolvidable en Tanzania. Uno detrás de otro.


































